El señor Dulzura ya era conocido en el puteadero, no era un cliente frecuente pero yo amaba sus visitas; él y yo nos conocíamos el alma, éramos cómplices de hazañas fantasiosas de crear armonía entre el cuerpo y alma hasta alcanzar ese nivel de elevación espiritual que solo él y yo alcanzábamos en el acto sexual, levitabamos en un mantra erótico lleno de gemidos que nos transportaba a otra dimensión, nos conectábamos desde esa parte tan profunda del pecho en donde la existencia es un vacío obnubilado y la verdadera realidad un mensaje indescifrable.
Él creaba el perfecto momento para explorar el alma y la vida misma, yo le amaba tanto que sabia que no podía enamorarme de él; era mi regocijo, mi abrigo, mi energía, el me hacia sentir plena; enamorarnos no era un plan maestro, el misticismo en nuestras sabanas no podría culminar con la miserable palabra amor; y pongo la palabra miserable antes de amor solo en este caso por que me encanta amar y que me amen, pero él era el hombre que mi ser siempre añoro y no podía simplemente encerrar todos mis sentimientos hacia él en la finita palabra amor.
La palabra amor no tiene un principio definido ni un final infinito, cualquier puta sabe que no es amor lo que se siente cuando al “hacer el amor”se transporta a otra vida, cualquier puta sabe que si hay un cliente que logre hacerle sentir remolinos en la panza con una sensación de caída al vacío que genera plenitud, eso no es amor, es un expansión del termino amor y sabe que debe dejarlo ir.
Me gusta amarle así… Que aparezca sin yo desearlo demasiado, pero que nunca se vaya lejos.

Super conectada con tus escritos
Me gustaMe gusta